El primer penal que existió en Tierra del Fuego fue un presidio militar instalado en la Isla de los Estados. Inicialmente funcionó en San Juan de Salvamento y luego en Puerto Cook.
Las duras condiciones de vida en esta prisión, combinadas con la inclemencia de una isla azotada por los temporales subantárticos, ocasionaron un motín en el año 1902. Este hecho provocó que el Gobierno Nacional decidiera trasladar el Presidio Militar a Puerto Golondrina, al oeste de Ushuaia.
Paralelamente durante ese mismo año, se inició la construcción de la cárcel para civiles en Ushuaia, denominada entonces como Presidio Nacional. Catello Muratgia, un ingeniero italiano,fue el encargado de diseñar el edificio siguiendo el modelo panóptico, el cual estaba pensado para facilitar la vigilancia.
Levantada con mano de obra de los mismos presos, se utilizó piedra y mampostería para la edificación. Cuando se culminó la obra en 1911, la prisión se destacó de inmediato en el pequeño pueblo de casas de madera. Era una impresionante mole de piedra con cinco pabellones de 75 metros de largo, emplazados en forma radial, los cuales convergían en un recinto poligonal. Cada pabellón tenía dos pisos y albergaba un total de 76 celdas cada uno. En sus extremos, las alas terminaban en un martillo arquitectónico de 12 metros de longitud donde se ubicaban los baños. Fuera del edificio principal, se construyeron otras dependencias para la capilla, enfermería, talleres y la administración.
Coincidiendo con la finalización de los trabajos de construcción, en 1911 el Gobierno Nacional decide fusionar la prisión militar con la civil, y de esta manera nace el Presidio Militar y Cárcel de Reincidentes de Ushuaia.
La Siberia criolla
El plan del Gobierno Nacional de establecer una colonia penal en Tierra del Fuego intentaba emular lo que había hecho Inglaterra en Australia. De esta manera, se pretendía eliminar a los elementos peligrosos de la sociedad, confinándolos en un lugar remoto y a su vez, utilizándolos como mano de obra para el desarrollo de ese territorio en particular.
El perfil de quienes eran enviados a la isla abarcaba a condenados por robos y estafas, militares que habían sido deportados por incumplimiento de sus funciones o deserción, y asesinos. El más famoso de ellos fue Cayetano Santos Godino, apodado “el Petiso Orejudo”, un joven hijo de inmigrantes italianos que mató a cuatro niños y fue acusado de otras siete tentativas de homicidio e incendios intencionales. Otros presos notorios fueron el anarquista de origen ruso Simón Radowitsky, acusado de asesinar al comisario Falcón y su secretario con una bomba, y Mateo Banks, de ascendencia irlandesa, que asesinó a ocho personas en la localidad de Azul, provincia de Buenos Aires.
Los prisioneros llegaban a Ushuaia en barco, con grilletes en los tobillos y custodiados por un grupo de militares. El clima helado, la soledad de los parajes, y el régimen de castigos al que eran sometidos dentro de la prisión hicieron que a Tierra del Fuego se la llamara “la Siberia criolla”, y “la tierra maldita”.
El periodista Aníbal de Ríe en su reporte publicado en 1933, describe a Ushuaia y su cárcel en estos términos:
“ ¡Todo es hosco, desolado y tremendamente triste!
Hacia el Norte, ocupando una extensión de tres manzanas cuadradas, edificado sobre base de piedra de un metro de alto, está el Presidio. No se halla rodeado por enormes muros sembrados de garitas de centinelas, como la mayor parte de las prisiones, sino por un cerco de alambre tejido de tres pulgadas de espesor, de dos metros de altura, rematado por cuatro hilos de alambres de púas colocados en sentido horizontal. Frente a la puerta de acceso está el retén mayor. A la entrada, del lado izquierdo, se halla la sala de guardia dominando un hall inmenso que hace las veces de sala de espera, a cuyo fondo una puerta siniestra, defendida por un enorme cerrojo corredizo, muestra unos gruesos barrotes de hierro, pintados de negro. ¡Hasta allí la libertad, la vida: un paso más allá, la desolación, la celda! ¡Nichos fríos como tumbas!”
En verdad las celdas, con sus muros y pisos de piedra y una pequeña abertura enrejada de 20 centímetros cuadrados, se asemejaban a un nicho fúnebre, sobre todo en las largas noches de invierno, cuando la oscuridad se extendía por más de 15 horas.
En la década de 1930, llegarían a Ushuaia los denominados “presos políticos”, un grupo de intelectuales e izquierdistas que habían sido “confinados” en la isla como castigo por su ideología. Sin embargo, estos hombres no serían recluídos en la cárcel con el común de los presos sino que serían albergados en el pueblo, en las casas de familias fueguinas. De sus experiencias en Tierra del Fuego nacerían libros como “Archipiélago” de Ricardo Rojas, y “Paralelo 55” de Víctor J.Guillot.
La rutina diaria de los presos estaba regida por el trabajo arduo y una estricta vigilancia. Una de las tareas que debían realizar era abastecer de leña a la cárcel y al pueblo, para lo cual marchaban por una senda que conducía hacia la zona del Río Pipo. Allí los presos pasaban horas cortando troncos de lenga con pesadas hachas, y luego cargaban la leña a bordo de un tren a vapor. Cuando el trabajo terminaba, los presos regresaban a la cárcel a pie, siguiendo las vías.
En la actualidad, el Tren del Fin del Mundo recrea para los visitantes parte de este histórico recorrido.
La cárcel continuó funcionando por varios años pese a las protestas de algunos sectores respecto al trato inhumano que recibían los prisioneros y la frecuencia de las muertes que ocurrían como consecuencia de castigos y torturas.
En 1947, bajo la presidencia de Juan Domingo Perón, se ordenó el cierre definitivo de la cárcel de Ushuaia. Las instalaciones fueron cedidas a la Armada y en 1997, se inaguró el Museo del Presidio, que continúa hasta hoy preservando este capítulo tan dramático de la historia fueguina.
El primer penal que existió en Tierra del Fuego fue un presidio militar instalado en la Isla de los Estados. Inicialmente funcionó en San Juan de Salvamento y luego en Puerto Cook.
Las duras condiciones de vida en esta prisión, combinadas con la inclemencia de una isla azotada por los temporales subantárticos, ocasionaron un motín en el año 1902. Este hecho provocó que el Gobierno Nacional decidiera trasladar el Presidio Militar a Puerto Golondrina, al oeste de Ushuaia.
Paralelamente durante ese mismo año, se inició la construcción de la cárcel para civiles en Ushuaia, denominada entonces como Presidio Nacional. Catello Muratgia, un ingeniero italiano,fue el encargado de diseñar el edificio siguiendo el modelo panóptico, el cual estaba pensado para facilitar la vigilancia.
Levantada con mano de obra de los mismos presos, se utilizó piedra y mampostería para la edificación. Cuando se culminó la obra en 1911, la prisión se destacó de inmediato en el pequeño pueblo de casas de madera. Era una impresionante mole de piedra con cinco pabellones de 75 metros de largo, emplazados en forma radial, los cuales convergían en un recinto poligonal. Cada pabellón tenía dos pisos y albergaba un total de 76 celdas cada uno. En sus extremos, las alas terminaban en un martillo arquitectónico de 12 metros de longitud donde se ubicaban los baños. Fuera del edificio principal, se construyeron otras dependencias para la capilla, enfermería, talleres y la administración.
Coincidiendo con la finalización de los trabajos de construcción, en 1911 el Gobierno Nacional decide fusionar la prisión militar con la civil, y de esta manera nace el Presidio Militar y Cárcel de Reincidentes de Ushuaia.
La Siberia criolla
El plan del Gobierno Nacional de establecer una colonia penal en Tierra del Fuego intentaba emular lo que había hecho Inglaterra en Australia. De esta manera, se pretendía eliminar a los elementos peligrosos de la sociedad, confinándolos en un lugar remoto y a su vez, utilizándolos como mano de obra para el desarrollo de ese territorio en particular.
El perfil de quienes eran enviados a la isla abarcaba a condenados por robos y estafas, militares que habían sido deportados por incumplimiento de sus funciones o deserción, y asesinos. El más famoso de ellos fue Cayetano Santos Godino, apodado “el Petiso Orejudo”, un joven hijo de inmigrantes italianos que mató a cuatro niños y fue acusado de otras siete tentativas de homicidio e incendios intencionales. Otros presos notorios fueron el anarquista de origen ruso Simón Radowitsky, acusado de asesinar al comisario Falcón y su secretario con una bomba, y Mateo Banks, de ascendencia irlandesa, que asesinó a ocho personas en la localidad de Azul, provincia de Buenos Aires.
Los prisioneros llegaban a Ushuaia en barco, con grilletes en los tobillos y custodiados por un grupo de militares. El clima helado, la soledad de los parajes, y el régimen de castigos al que eran sometidos dentro de la prisión hicieron que a Tierra del Fuego se la llamara “la Siberia criolla”, y “la tierra maldita”.
El periodista Aníbal de Ríe en su reporte publicado en 1933, describe a Ushuaia y su cárcel en estos términos:
“ ¡Todo es hosco, desolado y tremendamente triste!
Hacia el Norte, ocupando una extensión de tres manzanas cuadradas, edificado sobre base de piedra de un metro de alto, está el Presidio. No se halla rodeado por enormes muros sembrados de garitas de centinelas, como la mayor parte de las prisiones, sino por un cerco de alambre tejido de tres pulgadas de espesor, de dos metros de altura, rematado por cuatro hilos de alambres de púas colocados en sentido horizontal. Frente a la puerta de acceso está el retén mayor. A la entrada, del lado izquierdo, se halla la sala de guardia dominando un hall inmenso que hace las veces de sala de espera, a cuyo fondo una puerta siniestra, defendida por un enorme cerrojo corredizo, muestra unos gruesos barrotes de hierro, pintados de negro. ¡Hasta allí la libertad, la vida: un paso más allá, la desolación, la celda! ¡Nichos fríos como tumbas!”
En verdad las celdas, con sus muros y pisos de piedra y una pequeña abertura enrejada de 20 centímetros cuadrados, se asemejaban a un nicho fúnebre, sobre todo en las largas noches de invierno, cuando la oscuridad se extendía por más de 15 horas.
En la década de 1930, llegarían a Ushuaia los denominados “presos políticos”, un grupo de intelectuales e izquierdistas que habían sido “confinados” en la isla como castigo por su ideología. Sin embargo, estos hombres no serían recluídos en la cárcel con el común de los presos sino que serían albergados en el pueblo, en las casas de familias fueguinas. De sus experiencias en Tierra del Fuego nacerían libros como “Archipiélago” de Ricardo Rojas, y “Paralelo 55” de Víctor J.Guillot.
La rutina diaria de los presos estaba regida por el trabajo arduo y una estricta vigilancia. Una de las tareas que debían realizar era abastecer de leña a la cárcel y al pueblo, para lo cual marchaban por una senda que conducía hacia la zona del Río Pipo. Allí los presos pasaban horas cortando troncos de lenga con pesadas hachas, y luego cargaban la leña a bordo de un tren a vapor. Cuando el trabajo terminaba, los presos regresaban a la cárcel a pie, siguiendo las vías.
En la actualidad, el Tren del Fin del Mundo recrea para los visitantes parte de este histórico recorrido.
La cárcel continuó funcionando por varios años pese a las protestas de algunos sectores respecto al trato inhumano que recibían los prisioneros y la frecuencia de las muertes que ocurrían como consecuencia de castigos y torturas.
En 1947, bajo la presidencia de Juan Domingo Perón, se ordenó el cierre definitivo de la cárcel de Ushuaia. Las instalaciones fueron cedidas a la Armada y en 1997, se inaguró el Museo del Presidio, que continúa hasta hoy preservando este capítulo tan dramático de la historia fueguina.